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El último afiador

Leonardo, que lleva 62 años viniendo a la feria a Carballo, es de los últimos afiladores que quedan. Quién sabe, tal vez el último.

Para quien es de Carballo, esta resulta una estampa tan entrañable cómo querida. La del afilador, los domingos de feria, con su rueda gira que gira. Leonardo Cachaldora Blanco lleva sesenta y dos años viniendo a la feria a Carballo. Su rueda, la misma con la que trabajaba su padre, tiene más de ochenta años. Aquí se siente querido y por eso es que, a pesar de los años que lleva a cuestas, le gusta pasar las mañanas dominicales afilando tijeras, arreglando paraguas y hablando con la gente.

Leonardo es orensano. Nació y se crió en Pereiro de Aguiar. "Allí planté muchas patatas", nos dice. Su padre afilaba por la zona de Bergantiños. "Era un afilador muy acreditado y tenía esta zona:  Ponteceso, Malpica, Caión..." En Malpica pasaba hasta case quince días trabajando, y así fue cómo uno de los hermanos mayores de Leonardo decidió establecerse en esta área costera. Allí no faltaba trabajo y Leonardo acabó yendo también, animado por su hermano. En Malpica viviría más de cincuenta años. Arregló ollas y paraguas, arregló chimeneas de los barcos y trabajó de fontanero, profesión a la que acabaría dedicándose. Pero nunca dejó el trabajo de afilador ni de ir a la feria a Carballo.

-Lo de afilador a mí me gustaba más. Yo quería lo de afilador y no la fontanería. La fontanería parecía mejor pero para mí era peor.
-¿Por qué?
-Porque tenía que trabajar más.

La vida como una rueda

La conversación tiene lugar un domingo de feria, con el sonido de fondo de la octogenaria rueda trabaja que trabaja. Siempre cobró lo menos posible, confiesa, y siempre le gustó hacer las cosas el mejor que pudo. Nos habla del oficio al mismo tiempo que nos habla de la vida, como si una fuera metáfora de la otra.

-Yo pienso que lo debo hacer medianamente bien porque son muchos años y la gente viene. Tuve muy buen maestro. Mi padre, de pocas palabras, me dijo muchas cosas que no eran capaces de hacerlas otros. Pero si no hay maestro… -Pero también el alumno tiene que poner interés…
-Tiene que gustarle pero a mí me gustó todo cuanto hice, porque si no, lo dejaba. -Entonces fue usted una persona feliz, porque mucha gente vive amargada con el trabajo…
-Conseguí todo lo que me propuse. Reconozco que soy muy poco exigente, soy muy bueno de conformar, y casi conseguí todo lo que quise. Tuve bicicleta cuando era pequeño, tuve moto, coche, ¿y qué más se podía pedir?

Tras su rueda vio no sólo pasar la vida, sino el mundo, los cambios en la sociedad e incluso los vaivenes en la economía. Hace años, las modistas eran sus principales clientas. Empresas como Caramelo acudían a el a afilar las tijeras. Luego, cosas de la globalización que trasladó la manufactura textil la otros países, los talleres de costura empezaron a cerrar y las modistas fueron a menos.

Ahora, su clientela son fundamentalmente particulares, queal  igual le vienen a sacar filo a un cuchillo que poner a punto una tijera o arreglar un paraguas. Aunque, después de estar conversando con él al final de esta mañana de domingo, quedamos con la idea de que mucha de la gente que hace cola esperando que los atienda, lo que quiere también es un poco de conversación o ser testigos de un mundo a punto de desaparecer.

La mecánica del viejo oficio

Seguimos preguntando y hacemos que nos explique más cosas de su oficio. Alguna de ellas nos hace rememorar alguna lección de física de la escuela. Aquí no hay motores. Lo básico es el pedalear de Leonardo, que mueve dos ruedas: una grande, con una circunferencia de casi dos metros, y otra pequeñita, de apenas unos centímetros. Con cada vuelta de la rueda grande, la pequeña gira y gira varias veces, y así, de esta manera tan simple, se activa el mecanismo de afilar. Para las navajas de barbear, se usaba aún una rueda más pequeña, para que las revoluciones aumentasen y el afilado resultase más eficaz. Leonardo, al igual que su padre, nunca quiso motor, porque con el pie puede hacer algo que el motor no le permite: regular la velocidad a la que la rueda se mueve a su antojo y según mejor convenga.

Leonardo es maestro no sólo de una profesión en extinción sino también de la vida. Porque puede que la vida, como su rueda, no tenga más complicación que dejar que fluya mientras disfrutamos de la conversación con quien quiera compartir con nosotros un poco de ese constante girar. Mientras dejamos, también, que la rueda nos saque filo y nos haga más y más resistentes.


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