Del Carballo de las herraduras
En aquella ferretería O Candado, que abrió en 1945, se vendían herraduras, piedras de moler o llantas para carros
Amalia Bermúdez
Se crió entre hierros y, quizás por eso, Amalia es una experta en sacarle hierro a la conversación. Gran habladora, a sus setenta años hila en los recuerdos con la misma habilidad y con la misma energía con la que trata con la clientela, confecciona prendas o pinta lienzos. Amalia Bermúdez es la propietaria de la ferretería Candado Novo, al lado del antiguo El Candado, uno de esos comercios carballeses de toda la vida que permaneció en la confluencia de la Gran Vía con el barrio de A Lagoa y la calle San Xosé desde el año 1945, cuando el padre de Amalia abrió sus puertas, hasta hace apenas medio año, cuando las cerró definitivamente.
Los hierros, sin duda, dejaron marca en la vida de Amalia. De manera literal. Levanta un poco la falda para enseñarme la cicatriz que una punta le dejó en la pierna, debajo de la rodilla, cuando, a los cuatro o cinco años, se quiso subir al mostrador para jugar a ser mayor.
El cartel del viejo Candado
La ferretería El Candado prácticamente nació con Amalia. Ella tenía alrededor de un año cuando su padre y su madre, un matrimonio muy joven, decidió independizarse, abandonaron su Baldaio natal y comenzaron una nueva vida en Carballo.
Lo hicieron montando una ferretería, El Candado, en una Gran Vía que estaba muy lejos de ser lo que ahora es. Las tres casas que su padre y su madre construyeron fueron de las primeras de la calle. Amalia aún recuerda ir a la verbena a la parroquia vecina de Bértoa, por la Gran Vía, sin apenas encontrar casas en el camino.
Herraduras y piedras de moler
Candados a la venta
Amalia viene de una familia emprendedora. Su bisabuelo paterno era el dueño de la casa de baños de Baldaio, a la que acudía la gente por aquel entonces a reposar y a intentar mejorar la salud. Su abuelo y varios de sus tíos habían emigrado a América en busca de fortuna. Su padre y su madre, con poco más de veinte años, y una niña y un niño pequeños, abrieron negocio en el pueblo, una ferretería cuyo letrero, con un candado dibujado, forma parte de la memoria visual de muchas de las personas que nacimos en Carballo.
¿Y cómo era una ferretería en aquellos años de posguerra y estrecheces? Para comenzar, el hierro tenía unos usos hoy olvidados. En unos tiempos en el que las yeguas y caballos eran medio de transporte y los bueyes motor de trabajo, las herraduras constituían, inevitablemente, uno de los fuertes del comercio. Herraduras de todo tipo: para bueyes, para vacas, caballos e incluso burros, cada uno con su tamaño.
El señor del traje gris
El fundador de O Candado, José Bermúdez Arijón
En los primeros tiempos, en la tienda había también un almacén de leña, que se vendía a kilo, para alimentar las cocinas de hierro que, también en las casas del pueblo hacían entonces las función de calefacción. Con el tiempo, ese almacén sería sustituido por uno de hierro, para proveer a los talleres del entorno. Conocidas eran también, del comercio, sus ollas. Dice Amelia que gente de Arteixo o Ponteceso venía al Candado comprarlas. Aún recuerda las grandes ollas de aluminio que se vendían para hacer chicharrones.
Para la propietaria del Candado Novo aquel era un mundo alegre. Su padre, bromista, llegado el tiempo de carnaval, clavaba monedas en la calle, para echar unas risas cuando la o el viandante, engañado, se agachaba creyendo que aquel era su día de suerte. En el recuerdo de Amalia, la imagen de su padre aparece dibujada cómo la de ese señor de traje gris con el bolígrafo en el bolsillo superior de la chaqueta que aparece retratado en uno de sus cuadros.
Una historia que termina, o no..
La ferretería Candado Novo...
Cuando se hicieron mayores, el padre y la madre de Amalia dividieron el negocio entre su hermano y ella. El hermano quedó a cargo del viejo Candado. Ella abriría otra ferretería al lado, el Candado Novo. La tienda del hermano cerró hace unos meses y Amalia tiene intención también de dejar pronto el negocio. Sus hijas, sus hijas, tienen ya sus propias profesiones y no van a coger el relevo. En la puerta de la tienda, un letrero anuncia que se vende, se traspasa o se alquila.
Dejo a Amalia cuando una amiga y vecina, que también estuvo a cargo de otra vieja ferretería de Carballo, la de Ventura, la viene a buscar para ir a dar un paseo. La amiga pronto me quita parecido con mi familia. Dice que tiene grabadas en su cabeza las caras de la gente de antes que iba por su comercio, de ahí su habilidad para sacar semejanzas. Marchan pero me dejan un regalo no poco valioso: la historia del pueblo vista por detrás de los mostradores.